Anaïs Ortega investiga, desde el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Laussane (Suiza), el artivismo, las migraciones, la innovación social y la cooperación cultural. Siendo ella misma producto de la historia migratoria familiar, su trabajo está centrado en la inmigración en relación con dinámicas de creación de nuevos ecosistemas de exploración de las relaciones entre arte y activismo. Su investigación está orientada hacia la acción, o investigación aplicada, por lo que está desarrollando una plataforma de promoción de arte activista a través de una red de organizaciones culturales europeas para promover arte sobre el tema de la inmigración y los refugiados.
En el marco de nuestra actual #curatedsellingexhibition Territorio, Frontera, Poder, hemos charlado con ella sobre artivismo y sobre cómo los artistas y las instituciones culturales están incorporando esta práctica artística a sus discursos.
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Hola Anaïs, gracias por responder a esta entrevista. Nos gustaría primero hacer un poco de historia del artivismo: ¿cuándo surgió, cómo evolucionó, cuáles son sus líneas de investigación principales?
Habría que empezar por precisar qué se entiende por “artivismo”, palabra compuesta por dos lexemas, arte y activismo. Como su nombre lo indica, es una forma cultural que reúne varias prácticas estéticas críticas, agrega elementos de activismo y pretende incentivar un proceso público y colaborativo para promover el cambio social. Pero sobre todo, no se trata de una corriente, un estilo o movimiento artístico sino más bien de un conjunto de estrategias, de modos de producción y formas estéticas que priorizan la acción social sobre la tradicional “autonomía” del arte. Aquí las fronteras del arte se ven modificadas y el papel del artista redefinido.
Cabe recordar que el artivismo nace de un proceso de radicalización del arte político a lo largo del siglo XX, en particular a partir de los años sesenta, acompañando una serie de movimientos sociales y reflejando los cambios del mundo real. La curadora americana e historiadora Nina Felshing opina que su eclosión está ligada a la historia del arte conceptual. Éste critica el objeto de arte y su deseo de acortar las distancias entre público, arte y vida. Pero sus ambiciones democráticas entran en contradicción con una forma de arte exclusiva y excluyente, la misma que termina absorbida por la cultura dominante que pretendía criticar y desafiar. También cabe mencionar otros movimientos artísticos como el performance art y el arte feminista que surgieron en la misma época (años 60) y ejercieron una significativa influencia sobre el artivismo. Dos aportes esenciales del arte feminista son, por un lado, la dimensión pública de la experiencia privada y por otro, el hecho de abordar críticamente el problema de la identidad personal y la identidad comunitaria (lo individual y lo colectivo). La contribución del performance es más formal y está conectada a su transdisciplinariedad así como a su capacidad para implicar al público.
La metodología y las intenciones de todas estas corrientes, la voluntad de poner en evidencia las estructuras de poder y el sistema de representaciones culturales dominantes se vieron frustrados y frenados al principio de la década de los ochenta cuando los intereses del mercado prevalecieron y la obra de arte se volvió una simple mercancía acompañada de un culto al artista individual y de un crecimiento de la importancia de las relaciones públicas y consecuentemente del coleccionismo. En reacción a estas corrientes conservadoras, dentro y fuera del mundo del arte se multiplicaron y se radicalizaron las propuestas artísticas que buscaron a ir más allá de unas prácticas politizadas y críticas para ir hacia un compromiso más activo que estimule el cambio social y refuerce el diálogo, el impacto y la participación pública. El artivismo es heredero de una larga historia de prácticas populares de desobediencia civil y contestatarias como el dadaísmo, el surrealismo y el situacionismo. La historia de esta anti-disciplina es compleja. Las influencias son múltiples y se inspira ampliamente de la contracultura y las tradiciones de desobediencia civil.
¿Cómo se desarrollan actualmente este tipo de prácticas artísticas en las líneas curatoriales de las grandes instituciones culturales?
La mayoría de los grandes museos o galerías de arte contemporáneos, pero también los eventos culturales importantes como las bienales de arte, han integrado en su programación a artistas activistas creadores de trabajos en torno a temas que abordan los grandes debates políticos y sociales actuales. Estos artistas, como Tania Bruguera en Nueva York, han expuesto y trabajado en colaboración con museos como el Queens Museum of Art o el Centro Georges Pompidou en Paris. Otro ejemplo es el de Ai Weiwei que ha presentado su trabajo en la galería Nacional de Praga, el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego o el Museo de Civilizaciones del Mediterráneo (MUCEM) de Marsella, entre otros. El formato de estos eventos suele ser transdisciplinario y dinámico porque no solo se exponen obras de fotografía, escultura, video, pintura, sino que también se presentan trabajos participativos, perfomances, talleres, conferencias y debates. La naturaleza pluridisciplinaria del trabajo artivista y su voluntad de promover la interacción con el público genera espacios de investigación que se vuelven verdaderos laboratorios en términos formales y de contenido.
Un ejemplo británico de estructura donde se desarrollan este tipo de trabajos es el del Tate Modern y su programa Tate Exchange, en Londres, que ha permitido crear un espacio de acceso gratuito dentro del museo en el cual, como su nombre lo indica, se prioriza el intercambio de ideas y colaboraciones entre los artistas y el público a través de eventos, charlas, exposiciones, espectáculos, clases, talleres, etc.
Los programas que integran el arte activista intentan por lo general proponer eventos que giren, como habitualmente en las exposiciones, en torno a una idea, un conjunto de reflexiones, representaciones y planteamientos que permitan repensar problemáticas actuales. En el caso específico del tema migratorio -que es el que yo trabajo- se me ocurre el ejemplo del Transeuropa Festival, un evento ambicioso y multidisciplinario organizado por Euroalter, una organización de la sociedad civil también conocida como European Alternatives. Ellos organizan una actividad itinerante en la cual las acciones artivistas se realizan simultáneamente en varios países europeos. El evento culmina con un festival que tiene lugar cada dos años en una ciudad europea diferente. Allí se discuten y se trabajan, a través de una serie de actividades multidisciplinarias que cobran forma en diferentes espacios culturales de la cuidad, temas que giran en torno a las prioridades y misiones del grupo: la problemática de la inmigración, las nuevas formas de democracia y de participación política, las economías alternativas y el activismo. La edición 2017 tuvo lugar en Madrid.
¿Qué artistas están trabajando en la actualidad en este sentido?
Bueno, ese es un tema extenso que tardaría días en cubrir. Digamos que la principal dificultad aquí es la de definir una obra/propuesta artivista. Como lo hemos abordado en la primera pregunta, en este tipo de enfoque se prioriza la acción social sobre la autonomía del arte. Para algunos especialistas como el curador, crítico y activista americano Nato Thompson, hay que ir más lejos y repensar lo que definimos como producción cultural. En su último libro “Culture as a weapon”/La cultura como arma, reflexiona en torno a la idea de una supuesta “pureza” e independencia del arte. Thompson propone una definición más amplia que corresponda a las mutaciones contemporáneas. Propone también la re-apropiación del término creativo/creatividad , expropiados por la esfera privada, las relaciones públicas, y el mundo de la publicidad. Explica que somos seres profundamente emocionales y que los activistas culturales han entendido y asimilado el uso de la emoción en tanto táctica (corto plazo) o estrategia (largo plazo) para la acción política. El afecto tiene efecto.
En general yo diría que la relación entre el arte y el activismo hoy en día es plural y compleja. Algunos artistas como Guillermo Gómez Peña, que ha trabajado mucho el tema de la frontera entre México y Estados Unidos y es fundador del colectivo Border Art Workshop/ Taller de Arte Fronterizo, puede ser calificado de artivista por su enfoque experimental, el uso del humor y la ironía en sus obras y la participación de la audiencia en la búsqueda de una “experiencia total”.
Como mi investigación se centra en el arte activista vinculado a las problemáticas ligadas a la inmigración, las propuestas como la de Amet Ögut, el artista que creó The Silent University/La Universidad Silenciosa, son las que retengo como ejemplos interesantes de arte contemporáneo comprometido. The Silent University es una plataforma de intercambio de conocimiento creada en el 2012, en el marco de una residencia del artista en el Tate Modern de Londres. Funciona como un centro de transmisión de conocimiento, integrada por refugiados, inmigrantes y solicitantes al asilo que contribuyen como investigadores, consultantes u oradores al proyecto. Uno de los objetivos de esta organización es desafiar la idea del silencio como forma de pasividad y utilizarla como instrumento para construir una protesta poética y explorar su poderoso potencial a través de escritos, performances y grupos de reflexión. Estas exploraciones tratan de demostrar el fracaso sistemático y la pérdida de conocimientos y habilidades que sufren los demandantes de asilo en el marco del silencio que se les impone. Otro aspecto importante de esta organización es que sus proyectos han sido creados para durar, para prolongarse en el tiempo. Ögüt intenta construir una plataforma sustentable, transdisciplinaria y autosuficiente. La Universidad Silenciosa utiliza el conocimiento como material artístico que ayuda a crear y establecer conexiones entre los involucrados. Aquí el lugar del artista y su intencionalidad están en el corazón del proyecto.
Pero, repito, son muchas las propuestas y temas abordados por los artivistas que no siempre se identifican como tales. Tal vez la dificultad para definir esas prácticas sea la de encontrar, como lo propone la investigadora Claire Bishop, un espacio alternativo donde se pueda repensar lo que es el arte sin que sea inmediatamente categorizado como un trabajo puramente estético o al contrario, que se rechace su aspecto estético, sinónimo de jerarquía cultural y de mercado.
¿Crees que el arte debería tener siempre un componente político, intentar dar soluciones a los problemas contemporáneos?
La relación entre el arte y la política es un tema explorado por las ciencias sociales, pero con frecuencia abordado de manera aislada, sin tomar en cuenta la gran diversidad de formas que esos encuentros abarcan y la necesidad de tener un enfoque interdisciplinario, integrador y global. Benoît Denis , investigador que trabaja sobre los lazos entre literatura y política, opina que toda obra contiene cierto nivel de compromiso político y social ya que inevitablemente propone una visión del mundo y da forma y sentido a la realidad que nos rodea. En ese sentido ninguna obra de arte es socialmente inactiva, puramente decorativa, ideológicamente insignificante o sin ningún efecto sobre los comportamientos culturales. Tal vez, como lo indica Claire Bishop en su último trabajo Atificial Hells sobre el arte participativo, la tensión que existe entre arte y vida nos indica que las opiniones políticas y artísticas no suelen exigir los mismos criterios y sean más bien entidades como en cambio perpetuo, con fronteras y practicas sociohistóricas dinámicas. Lo que me parece interesante en este tipo de prácticas es más bien la idea defendida por Chantal Mouffe en su ensayo La ilusión del consenso es decir la búsqueda de un espacio que revele antagonismos, desacuerdos y conflictos en lugar de buscar como siempre en nuestras democracias liberales el consenso estéril. La dificultad reside en las implicaciones éticas y morales que implican los temas políticos y que pueden amenazar, por así decirlo, el espacio de creatividad. Puede que la respuesta se encuentre como de costumbre en la búsqueda de un equilibrio entre lo que Kant llama “schöne kunst”, literalmente bellas artes, que se caracterizan por su autonomía formal y el arte como lo considera Marx, inevitablemente ligado a la sociedad en su conjunto. El resultado es un resumen complejo de la necesidad e ilusión simultáneas que requiere el trabajo artístico para asegurar su autonomía.
¿Cuál debe ser la misión de un arte comprometido con su realidad: la denuncia de esa realidad o la transformación de ésta?
Es un poco lo que estuvimos planteando en la primera pregunta en torno a las raíces del arte político y luego del artivismo. En el arte comprometido se busca el cuestionamiento político, el de las representaciones culturales dominantes y se busca poner en evidencia las estructuras del poder. Se abordan, de manera crítica, problemas de dimensión pública y social. En el artivismo se va más allá, se trata de desafiar, explorar y borrar las fronteras de la cultura como las entiende el poder dominante, dando voz y visibilidad por ejemplo a quienes se les niega el derecho a una verdadera participación social y existencial, así como de conectar el arte con un público más amplio. En el arte activista el emplazamiento de la obra suele ser público, las prácticas con frecuencia son intervenciones temporales, pueden cruzarse con otras disciplinas provenientes de la comunicación, por ejemplo empleando soportes como carteles, afiches, eslóganes o usando el humor para difundir mensajes. Los medios de ejecución pueden ser colaborativos (el trabajo en colectivos es frecuente) y sobre todo debe ser catalizador de cambio, estimulador de consciencia y ,en general, debe empujar a repensar las fronteras del arte y a redefinir el papel del artista.
Tania Bruguera, en su manifiesto Useful Art afirma que “tenemos que centrarnos en la calidad del intercambio entre el arte y su público”. En tu opinión, ¿cuál es el valor cualitativo que aportan estas prácticas artísticas al público? ¿Cómo se relaciona la audiencia con el artivismo?
Para Bruguera el “arte útil” se define como: “ Una manera de hacer arte en la cual el artista incorpora preocupaciones político-sociales para crear e implementar soluciones que tengan objetivos específicos y un impacto a largo plazo”. El arte aquí es a la vez simbólico y útil, por ello resulta esencial observar de cerca los procesos de trabajo y de intencionalidad de los artistas, así como la relación que van a establecer con la audiencia que con frecuencia es parte integrante de sus propuestas artísticas. El aspecto más delicado de este tipo de proyectos es la postura ética intrínseca al desarrollo de las ideas artivistas que supone un cierto nivel de lo que los anglosajones llaman “accountability”, es decir que exige un proceso transparente y una responsabilidad por parte del que crea la obra que interactúa con el público. Me parece un proceso más arriesgado, pero también constituye un poderoso motor de pensamiento alternativo que permite interrogar, cuestionar la realidad que nos rodea. El trabajo de Tania Burguera pone de manifiesto las disparidades existentes entre el compromiso del público informado y el resto de la población, así como la brecha histórica entre el lenguaje utilizado por lo que se considera las vanguardias artísticas y aquel de la urgencia política. En el 2010 Bruguera implementó en la localidad de Queens, Nueva York, una organización, el IMI el Immigration Movement International que resulta de un trabajo de reflexión en torno a la ausencia de representación política de los inmigrantes. Comprometida tanto con la comunidad local e internacional y con organismos de la sociedad civil, representantes electos y artistas comprometidos con una reforma del código de la inmigración, Bruguera intentó crear puentes entre mundos que no suelen estar en contacto y ahondó en el tema de la implementación del arte en la sociedad, examinando lo que significa crear “arte útil”. El IMI da origen a diferentes proyectos que no poseen el mismo grado de compromiso artístico. Pero lo que tienen en común es la voluntad de su fundadora de impactar tanto el medio del arte como la realidad social para no imaginarlas como conceptos separados. Bruguera utiliza el término “Aest-Ethics”, que significa arte con consecuencias y con impacto ético.
Estoy convencida que las artes permiten aportar una mirada nueva y explorar aproximaciones innovadoras en torno a los grandes debates, acuerdos y desacuerdos absolutamente esenciales para poder cambiar de perspectiva y luchar contra los estereotipos. Esto es particularmente importante en las circunstancias políticas actuales en Europa, con el repliegue nacionalista y crecimiento vertiginoso de las ideologías xenófobas. La manera cómo los ciudadanos se comprometen social y políticamente está ligada a una percepción contemporánea de la democracia y a la crisis de confianza frente al mundo de la política, pero también a lo que el sociólogo francés Michel Maffesoli llama “la cultura del sentimiento” en la cual los políticos han pasado de la necesidad de convencer con argumentos a la de seducir y donde el peso de las emociones es esencial. Se ve claramente la dimensión afectiva del discurso de los manifestantes en movimientos como el de los chalecos amarillos en Francia que se autodefinen como un movimiento apolítico y donde se habla, por ejemplo, del sentimiento de abandono de una parte de la sociedad frente a las élites. El desencanto de todo lo conectado a la política implica una crisis del modelo de representación que se expresa en un crecimiento del voto protestatario y un impacto más importante de las ideas defendidas por los partidos de extrema derecha. Felizmente también estimula e inspira prácticas transdisciplinarias y estéticas de las luchas sociales que proponen la creación como experiencia y medio de reflexión para ir hacia una renovación de la acción política y el compromiso ciudadano. Por su naturaleza inclusiva, participativa, pluridisciplinaria y experimental las prácticas artivistas pueden, en el mejor de los casos, estimular la consciencia colectiva, la empatía y la reapropiación de un espacio de reflexión sobre lo político y la sociedad que nos rodea. La audiencia del arte-activista no puede ser neutral por definición porque las prácticas que se desarrollan en su seno son vinculantes, aunque en ningún momento presuponen que el espectador es un experto en política. Por el contrario, tratan de contrarrestar un desencanto y activar formas de resistencia no agresivas a través de un espacio de creatividad y eso es lo que me parece interesante…. y a la vez arriesgado.
¿Cómo y por qué empezaste a investigar sobre arte y activismo? ¿Cuáles son tus líneas de investigación?
Asumo plenamente las razones muy personales que me motivaron a empezar mi investigación acerca del artivismo y la inmigración (y por extensión de las identidades colectivas, las fronteras, el exilio etc). Más allá de un interés temprano por lo político, me costó conectar a medida iba creciendo con las rutinas contestatarias clásicas que carecían de imaginación y que encontraba terriblemente conformistas y apagadas. Mi interés por las formas de desobediencia civil nació gradualmente conforme iba avanzando en mis estudios universitarios. Siendo yo misma producto de una historia migratoria familiar, el tema de la inmigración empezó a interesarme mientras desarrollaba mi Master de relaciones internacionales en la Sorbona, Universidad de Paris III. Trabajé primero sobre los aspectos más vinculados a cuestiones de género, migraciones internas y fenómenos de aculturación en México. En ese momento mi cuadro de análisis y mi metodología provenían de las ciencias sociales.
Años más tarde, tras una experiencia profesional, decidí volver a empezar a explorar por mi cuenta, por curiosidad intelectual, el tema de las nuevas formas de militantismo, luchas festivas y de los espacios y formas de acción política alternativos. Rápidamente surgió la creación como herramienta, metodología y experiencia de lucha. Empecé a leer todo lo que pude sobre los diferentes espacios dónde se desarrollan modelos utópicos. El tema de las fronteras concretas y simbólicas surgió como un terreno idóneo para el tipo de cuestionamiento en torno a las formas de resistencias creativas. El artivismo como forma de estetización de las luchas sociales en contextos urbanos llamo mi atención. Identifiqué formas de inserción de técnicas artivistas en diferentes movimientos sociales como Occupy Wall Street, el 15 M en España y hasta en protestas con raíces neoliberales y de ultraderecha como en el caso del movimiento Vem para Rua, en Brasil. Empecé a vislumbrar la extrema riqueza de técnicas, metodologías y temas que el artivismo abarcaba y decidí entonces centrar mi investigación en una problemática socio-política contemporánea definida y lógicamente escogí la inmigración, tema que ya había trabajado anteriormente. Me interesé por las obras de artistas activistas en torno primero a la frontera entre México y Estados Unidos y, luego de un primer año de doctorado en el Royal College of Art de Londres , decidí centrarme más bien en el tema de la inmigración en Europa. Me di cuenta de que existían artistas, colectivos, pero también organizaciones curatoriales, de la sociedad civil, instituciones, etc. que intentan promover el trabajo de esos artistas en torno al tema migratorio e investigar nuevas formas de incluir estos enfoques dentro del marco de sus misiones. Aquello me permitió darme cuenta de la increíble riqueza de las dinámicas de creación de nuevos ecosistemas de exploración de las relaciones entre arte y activismo así como la aparición en paralelo de redes de cooperación cultural transectoriales con una voluntad de inscribirse en este tipo de proceso. ¿Cómo hacer para reforzar este trabajo artivista sobre migraciones en Europa? De esa pregunta surgió mi problemática, así como mi voluntad de hacer una investigación orientada hacia la acción, o investigación aplicada (practice-led research en ingles) y crear una plataforma de promoción de arte activista a través de una red de organizaciones culturales europeas para promover arte sobre el tema de la inmigración y los refugiados.