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Cuando pintar dejó de ser un juego de niños.

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El frottage de Max Ernst

¿Quién en su más tierna infancia no calcó una ilustración sobre un folio en banco a la luz de una
ventana?, o aprovechando el relieve interesante de una superficie, calcó sus motivos deslizando un
lápiz con el mismo folio en blanco como única barrera. Lo que aparentemente puede resultar un
mero entretenimiento de un niño de mente inquieta supuso una autentica revolución y marcó la obra
de uno de los artistas surrealistas más demandados en subasta con un volumen de ventas globales
anuales de millones de euros, cuenta con on obra expuesta en instituciones de renombre como el
Museo Nacional de Arte Reina Sofia MAX ERSNT (Brüh, Alemania. 1891 – París, Francia. 1976)
Tras dar sus primeros pasos dentro del Dadaísmo allá por el primer cuarto del siglo XX, comienza a
nutrirse del Surrealismo una vez entra en contacto con la escena parisina, donde establece su
residencia definitiva en 1922. Es en esta etapa, durante un viaje junto a su esposa a la Bretaña
francesa, cuando absorto por el entresijo de las vetas de la madera propias del suelo de cualquier
alojamiento de los años 20, decidió lanzarse al suelo, y poniendo sobre ellas hojas de papel al azar,
comenzó a frotar con su lápiz de plomo con la fuerza suficiente como para plasmar los dibujos
ocultos con una fugacidad que el propio Ernst comparó con sus recuerdos amorosos. A esta técnica
fue bautizada como Frottage.


Porqué calcar no es un juego

No podemos decir que la técnica fuera inventada por Ernst, ya que no era nada nuevo, pero sí que
su uso por el artista supuso el reconocimiento del frottage (o calcar) como técnica pictórica, de la
misma forma que gracias a la figura de Jean Michel Basquiat y Keith Haring, entre otros, se
reconoció el graffiti como disciplina pictórica ya en los años 80. En 1926, un año después de su
azaroso primer frottage, se publico su primera recopilación en un álbum de treinta y cuatro dibujos
a lápiz con el título de Histoires naturelles.
Progresivamente comenzó a incluir otros materiales, especialmente aquellos de origen natural como
hojas, pedazos de tejido de cáñamo, hilo y otros elementos aleatorios. El resultado fue una pintura
armónica y equilibrada en la que en ocasiones el material original resulta irreconocible, un auténtico
reflejo de su realidad interior plasmada mediante las texturas propias de la naturaleza como único
puente extrasensorial. Ernst adaptó el frottage a la pintura al óleo raspando la superficie del lienzo
previamente tratado con pigmentos.
Pero no fue la única técnica “excepcional” que utilizó; la decalcomanía, creada por el artista
surrealista canario Óscar Domínguez (1906 – 1957), genera figuras mediante la compresión un
lienzo o papel impregnado con pintura fresca o semi líquida, sobre si mismo o con ayuda de
materiales externos.


¿Porqué lo interpretamos así?


Aparentemente, el uso de estas técnicas no requiere una gran destreza artística, insisto,
aparentemente. El gran peso de estas obras reside en el fondo conceptual que el artista pretende
trasmitirnos. Este motivo es el principal por el que Ernst se convierte en uno de los artistas más
falsificados del mercado del arte junto con Modigliani. Aunque nada más lejos de la realidad.

La búsqueda de lo extraordinario, tanto en estilo como por la propia técnica utilizada es muchas
ocasiones uno de los reclamos más potentes a la hora del pistoletazo de salida para un artista dentro
del mercado del arte. Muchos de estos artistas generan el típico comentario propio de una sala
especializada en arte contemporáneo: “Esto lo puede hacer hasta un niño”, como si un infante
hubiera vivido en su piel la angustia personal y el caos por la situación política del momento que
transmite el dripping de Pollock, o por el contrario, la temática fantástica del frottage de nuestro
protagonista, huyendo de la crueldad de los acontecimientos bélicos y buscando refugio en la
naturaleza. Ya conocéis nuestra opinión al respecto en este post: “Mi hija de seis años pinta igual”, y
es que lo azaroso de mencionadas técnicas no resta valor a las mismas, un niño puede salpicar un
lienzo o calcar una superficie, pero ¿puede transmitir lo mismo?. En Saisho pensamos que no.

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