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Stranger Things: Mundos paralelos, monstruos interiores, y artistas que nos transportan a otra época

Stranger Things regresa con su temporada final, y con ella, volvemos a mirar hacia esa dimensión alterna en la que el pasado se mezcla con el miedo, la fantasía, y la oscuridad. En su narrativa, la serie no sólo homenajea los años 80 y a los grandes del terror y la ciencia ficción; también construye un universo emocional cargado de símbolos, donde los monstruos representan heridas, y los escenarios retro son mapas de la memoria colectiva.

Pero lo que hace que ese mundo nos atrape va más allá de su estética; su lenguaje: uno que combina nostalgia y disrupción, trauma y ternura, monstruos y mitos. Un universo en el que cada detalle visual activa emociones profundas, y donde el tiempo parece haber sido alterado.

Ese tipo de lenguaje no es exclusivo de la televisión. En el arte contemporáneo también existen creadores que, como los hermanos Duffer, trabajan desde la memoria, lo simbólico, y lo fantástico para construir realidades paralelas. Muchos artistas visuales hoy trabajan desde esa misma sensibilidad: crean imágenes que nos devuelven al pasado sin copiarlo, evocan lo monstruoso sin caer en lo grotesco, e inventan mundos paralelos con reglas propias. 

Y, como coleccionistas, identificar esas obras es también una forma de leer el presente con más capas.

Bestiarios contemporáneos: criaturas, símbolos y monstruos emocionales

Desde el Demogorgon hasta Vecna, los monstruos de Stranger Things son más que villanos: son materialización de conflictos internos, metáforas del trauma, y representaciones de lo reprimido. En el arte, estas criaturas también tienen un papel fundamental: nos enfrentan a lo que no podemos explicar con palabras, pero que sentimos con intensidad.

Óscar Seco es un gran ejemplo. Con su imaginario cargado de sátira, distopía, y referencias pop, el artista construye mundos visuales en los que criaturas grotescas, soldados de juguete, y símbolos del poder se funden en escenas tan absurdas como inquietantes. En su obra, el monstruo ya no da miedo, pero sí incomoda. Porque no es ajeno: es el reflejo deformado del sistema que habitamos.

Volver al pasado, pero con otros ojos

Una de las claves del éxito de Stranger Things es su capacidad para evocar una época sin reproducirla literalmente. No se trata de una postal de los 80, sino de una reinterpretación emocional. Eso mismo hacen ciertos artistas contemporáneos que trabajan desde la estética retro, la narrativa visual o la evocación histórica, pero con una mirada crítica o poética.

Alejandra de la Torre lo hace desde la memoria íntima y los objetos cotidianos. En su serie Nasti de Plasti, reúne elementos que marcaron una época: los vasos de Duralex, las Nike Air, los azulejos kitsch o el chándal de táctel, para componer una arqueología pop de los años 80 y 90. Su obra captura ese choque cultural entre lo castizo y lo importado, entre lo kitsch y lo aspiracional, entre la sobremesa con telediario y el videoclip de MTV.

No es nostalgia gratuita: es memoria construida a partir de objetos, como si cada uno de ellos funcionara como un portal visual hacia un tiempo suspendido. Su no documenta; evoca. Y en esa evocación, activa lo que creíamos olvidado. Porque a veces, basta una mesa camilla o un color flúor para transportarnos a un universo emocional completo.

Algo similar sucede con Miguel Piñeiro, aunque desde un lenguaje formal completamente distinto. Su pintura hiperrealista, plagada de trampantojos, ironía, y referencias al consumo, transforma objetos cotidianos en símbolos ambiguos. Una caja de Tiffany con una granada dentro. Un objeto bello que esconde amenaza. Su estética, entre la nostalgia del objeto pop y el diseño contemporáneo, juega con la percepción y con la idea de que lo que parece, no siempre es.

El color como arquitectura de mundos alternos

Si el Upside Down de Stranger Things tuviera un lenguaje pictórico, bien podría hablarse en los colores de Taher Jaoui. Sus obras funcionan como estructuras cromáticas en constante tensión: óvalos, trazos, manchas, fórmulas, caos. Pero un caos organizado. Como si cada pintura fuera un campo de fuerzas, donde lo inconsciente y lo lógico se enfrentan para construir otra realidad.

En sus series más recientes, el artista tunecino convierte el color en sistema, no en adorno. Sus cuadros invitan al espectador a entrar en un ritmo visual donde el equilibrio nunca es estático, y cada capa sugiere otra dimensión. Como en Stranger Things, hay algo familiar, pero también algo que nos descoloca. Algo que parece vibrar desde otro plano.

José Luis Serzo es otro artista que transporta al espectador a algo que bien podría ser otra dimensión. Su obra funciona como una ficción paralela: relatos visuales donde la historia, la fábula, y el teatro se mezclan en un lenguaje híbrido que remite tanto al surrealismo como a personajes mitológicos, al barroco como al cine fantástico. Con series como Morfología del Encuentro, crea personajes, escenarios, y tramas que parecen extraídos de otro tiempo… o de otro plano.

Cuando el arte permite cruzar al otro lado

Lo fascinante de Stranger Things no es sólo su historia. Es la sensación de que hay un «otro lado» al que se puede acceder si uno sabe mirar bien. En el arte contemporáneo, ese acceso también existe. Y ocurre cuando una obra nos lleva a un lugar donde el tiempo se pliega, los símbolos hablan, y los monstruos se vuelven espejos.

Para los coleccionistas, identificar estas obras no es una cuestión de moda: es una forma de construir una colección que piense el presente desde sus fisuras, que valore el riesgo creativo, y que apueste por lenguajes con profundidad.

En Saisho, acompañamos ese tipo de mirada. Una que sabe que lo importante no es seguir el camino marcado, sino animarse a cruzar al otro lado.

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